Pesadilla Conurbana (intro)


Pesadilla Conurbana





Prólogo


La ciudad es un infierno, arde literalmente. Treintaisiete grados a la sombra y esto recién empieza. “Estalló el verano”, y para algunos significa descanso, playa, balances del año, promesas, objetivos. Para otros es sinónimo de laburar más que antes, y yo entro en ese grupo selecto.
 Dios bendiga al inventor del aire acondicionado, mi único fiel compañero dentro de este purgatorio.
 Necesito urgente algo o alguien que me saque de la mierda, no soporto más esta rutina insana. Sueño despierto, vivo dentro de una pesadilla conurbana.



































1





Espero  con el motor en marcha mientras el señor Alberto termina de despedirse de los guardias de la entrada. Pasaron los años, pero el tipo sigue haciendo lo mismo una y otra vez. Uno de los tres monos le sigue el paso y lo espera a un costado. El calor los hizo transpirar más de la cuenta, nadie es capaz de soportar este vapor agobiante que la ciudad emana. Y ni hablar cuando uno está manejando durante todo el día, como yo.
 Sabiendo que va a tardar en subirse al auto, acomodo el banderín del Fortín que cuelga del espejo retrovisor estirando sus hilos desparejos. Corroboro que haya quedado simétricamente en posición y me empiezo a pellizcar los huevos formando un gancho con el dedo índice y el pulgar. Repito la acción varias veces por puro placer, a pesar de haber calmado hace rato la picazón generada por el sudor. Acerco los dedos a mis orificios nasales para verificar mi hedor y miro a Alberto para comparar su suciedad con la mía: le faltan un par de niveles para alcanzarme. Aunque su pelo está bastante grasiento y tiene la frente cubierta de pequeñas gotitas de transpiración, la vestimenta le permite conservar la elegancia. El saco azul oscuro perfectamente combinado con unos zapatos de punta negros denota su estatus socio-económico. Los pocos pelos que le quedan a los costados de su cráneo ovalado dejan ver un brillo deslumbrante que convierte su cabeza en una bola de bowling.
 Aprovecho el reflejo del espejo retrovisor y acomodo mis mechones ondulados hacia atrás, estirando varias veces el rulo rebelde que me cuelga hasta el inicio de las cejas. Al hacer contacto con el cuero cabelludo, siento los restos de costras adhiriéndose entre la separación de mis garfios. Interrumpo la inspección de mi roña cuando veo a Alberto fichar su “rolex” y saludar a una empleada que acaba de terminar su hora de almuerzo.
-          Seis minutos tarde, Silvina. Que no se te haga costumbre. Las primeras semanas te mimamos un poquito, pero ya estás efectiva y tenés que respetar el horario.- le dice mirándola por encima del hombro. La flaquita se queda en silencio y cabizbaja.
 Después de su muestra de poder, se acerca caminando hacia el auto escoltado por su mono de seguridad. El vejete vuelve a fichar su reloj de puro alarde y se sube al auto después de que el patovica le abre la puerta. Apenas se acomodan en el asiento de atrás, el gorila le alcanza una botella de agua. Alberto mete la mano en el bolsillo interno de su saco y extrae un blíster de aluminio. Abre la botella, separa una pasti del blíster y se la manda con un trago.
-          ¿Podrías bajar la radio?- me dice con mala onda sin saludarme. El gorila se mantiene en silencio.
 Bajo el volumen de la AM con la perilla y me doy vuelta para saludarlo.
-          ¿Cómo le va Alberto?- digo direccionando mi mano derecha hacia el asiento de atrás, la misma con la que calmé la picazón y peiné mi pelo enmantecado.
Alberto aprieta mi mano despacito y expresa un gesto dubitativo al sentir la contextura que la recubre. Disfruto por dentro emitiendo un sonrisa casi invisible.
 La maldad me infló la panza y siento que el cinturón me aprieta demasiado, así que lo desabrocho para darle un poco de respiro al sector inferior de la buzarda.
Hoy toca llevar a este sorete hasta su oficina de Balvanera. Meto primera agarrando Avenida Pueyrredón derecho hasta Tucumán sin perder más tiempo. El viejo hace años que por cuestiones de discreción, confianza y seguridad, elige a la empresa de remises “Premium Class” de su querida cuñada Rosa, mi jefa. Soy su chofer elegido, título que me gane en poco tiempo gracias a mis habilidades. Según dichos salidos de su propia boca “Manejo callado, rápido y llego a horario”, cosa que es totalmente cierta <Conozco todos los atajos, viejito.>
  Alberto le entra a la charlita con tal de fanfarronear un poco contra un inferior como yo, creyéndose que tengo ganas de intercambiar el resumen de mi día <Como si tuviese algo en especial, viejo pelotudo. Sólo aguanto tus comentarios de mierda porque dejás buenas propinas.>
-          ¿Y, cómo estuvo esa semana?, ¿Saliste con tu mujer?, ¿La llevaste a algún lugar lindo?- pregunta sonriendo.
Trago saliva mientras lo observo disimuladamente de reojo por el espejo retrovisor.
-          No, no. Estuvimos ocupados tratando de vender la casa para mudarnos a Ushuaia.- Contesto pisando el acelerador un poco más y empezando a quemar semáforos al límite.
-          ¿Complicada la venta, no? Está todo medio congelado- insiste.
 Vuelvo a observarlo por el espejo, esta vez clavando mi vista directamente en el reflejo de sus ojos, sin importar que parezca que lo estoy desafiando. Se produce un juego de tensión que disfruto. Adoro ver los movimientos nerviosos que hace con los dedos golpeándolos contra sus rodillas.
-          Che, no hay apuro Roberto. No hace falta que vayás tan rápido. < ¿Roberto?, ¿Tanto cuesta acordarte el nombre del chofer que te lleva hace tanto?>
Piso el acelerador con más fuerza, yendo en quinta por la avenida Pueyrredón, esquivando colectivos y taxis desenfrenadamente.
-          La puta madre…- se queja por lo bajo agarrándose del asiento.
 Antes de que el viejo vuelva a abrir la boca para pedirme que baje la velocidad, estaciono en la puerta de su oficina dando una notable frenada. Hasta el gorila se mueve un poco por el movimiento a pesar de su peso.
-          Hasta el miércoles, señor Alberto.- lo saludo sin darme vuelta.
El viejo baja del auto cagado de miedo respondiéndome con un simple gesto de asentimiento. El mono de seguridad le abre la puerta e ingresan al antiguo y decorado edificio de época.
Vuelvo a subir el volumen de la radio y escucho con atención las noticias deportivas, esperando conocer la lista titular y confirmada de Vélez para el partido de la Copa Sudamericana contra Cerro Porteño.
 Empalmo con Avenida Rivadavia y le doy hasta el diez mil. Llego a Liniers para hacer una parada antes de volver fichar en la remisería. Estaciono el auto en una calle perpendicular al límite con la autopista. Bajo con gran dificultad del “Bora” por primera vez después de estar horas frente al volante. Pongo el primer pié sobre el cordón de la vereda y siento una tremenda presión en la punta de los dedos, los mocasines me están matando. Sacudo un poco los pies y tiro de los pantalones hacia arriba para acomodarlos, se me estaban cayendo por olvidarme abrochar el cinturón. Aprovecho el movimiento y me rasco la raya del culo con violencia. Pendejos cortos,  gruesos y enrulados quedan enganchados en las uñas oscuras de mis manos. Llevo otra vez la mano hacia mi nariz para olfatear un toque, deshaciéndome de los pendejos con el rose. Decido que hace falta urgente un baño.
 Camino por el límite entre el cordón y la vereda. Se escucha una música perturbadora que sale de unos parlantes truchos apoyados sobre un puesto de comidas originarias del altiplano. El olor del condimento picante y la calidad de audio del reproductor hacen un combo mortal para mis sentidos. También alteran mis ganas de comer y pienso en variar la dieta del día, analizando opciones diferentes para no seguir boicoteando mi estómago.
Doy pasos sobre la vereda desnivelada, esquivando unos pibitos descalzos que juegan con unas cajas de manzanas. Entro al “Bar de Miguel” y me siento en la barra de cara al mostrador. Acomodo mi culo transpirado sobre la banqueta que bailotea en el piso por su soporte falseado.
 Miro con deseo a Estela, la nueva moza del bar. <El calor trae pocas pero incomparables buenas consecuencias, como las blusas y los shorts ajustados que minitas así usan en esta época.>
 Arremango mi camisa hasta la altura de los codos y tomo la carta simulando estar eligiendo algo del menú para fichar con carpa a la moza, aunque ya me decidí por la promoción del día. Estela termina de lavar una copa, me mira de reojo y se acerca un par de segundos más tarde.
-          ¿Qué vas a pedir?- intenta despacharme rápido acomodando unos cubiertos.
-          ¿Cómo va Estelita?, ¿Todo bien?-
-          Bien. ¿Menú del día?-
-          Yo también, cansado.- agrego irónicamente.
Me mira con indiferencia y sonrío dirigiendo mí vista hacia su busto cubierto por gotas de sudor. Parece una de esas latas de gaseosa de las propagandas. Inmediatamente recuerdo el video del tema marchoso “Satisfaction”, el que estaba re de moda en la época que salía de joda.
-          Sí, voy con el menú. Tónica de tomar.- le digo cerrando la carta y cambiando la dirección de mi vista hacia el televisor.
El conductor principal del Canal 4 da por finalizada la noticia principal del día que habla de un tiroteo y asesinato en Merlo y pasa de la sección de deportes. Después de hablar un poco de los grandes, repasa la formación de Vélez dando la desgraciada noticia de la baja a último momento del “Mágico” Benítez. Puteo y me niego con la cabeza. <Sin el Mágico prácticamente no tenemos un mediocampista de ataque, nadie que dibuje como corresponde.>
Agarro un trozo del diario al azar para desconcentrarme un poco y espero a que llegue la comida. Tengo una reacción bastante rara, el olor a fritanga me está molestando. <Debe ser el calor, este puto calor del orto.>. Olfateo mi axila derecha y contrarresto la baranda del aceite friéndose  con mi propio hedor de ocho horas de manejo ininterrumpido. Me lleno los pulmones con la mezcla de chivo y desodorante berreta, después suspiro aliviado.
 Pasan quince minutos y el cocinero le acerca a Estela el plato con la milanesa a la napo cubierta con huevo y papas fritas. La camarera agarra el plato y me lo alcanza hasta la barra sin mirarme. Después mete sus manos flacas en la heladera, saca una lata y vacía la tónica en un vaso típico de pizzería. Observo toda su acción completamente excitado. Su pelo negro con cola de caballo y su cuello de cisne es lo que más me enloquecen.
 Ataco el plato con rapidez, primero cubriendo la milanga con abundante mostaza y sal en las papas. Me bajo el menú en menos de diez minutos. <La Napo de este lugar no tiene comparación. Su grosor es perfecto y su largo considerable.> Instantáneamente recapacito el halago gourmet que acabo de hacer y no puedo evitar el doble sentido. Me retuerzo sintiendo un escalofrío en la espalda al pensar que podría ser interpretado como una comparación bala. Termino el agua tónica de un sorbo calmando la sed con su amargo extremo.
-          Está pesadito hoy, eh…- intento iniciar conversación con Estela, quien cierra cuentas de las mesas del fondo pobladas de colectiveros de la línea 34.
No responde y sigue con la suya. Lanzo una sonrisa silenciosa, eructando con disimulo. Limpio la comisura de mis labios con las servilletas de papel, tiñéndolas de aceite y orégano.
 Desde el fondo escucho unas voces más altas de lo normal y me doy la vuelta para ver a unos viejos borrachines que van pasados de moscato. Discuten de política y economía como si fuesen profesionales sentados en un programa de debate. Por su aspecto deduzco que son abogados o algo por el estilo. A pesar del calor insoportable, van vestidos de oficina y hablan con bastante propiedad. Sufro muchísimo al exigirle a mi cerebro que intente traducir algunas de las palabras que usan.
 De la nada, el que parece más viejo por la barba canosa que lleva, se le acerca al otro de manera patotera y se tropieza con el soporte de una de las banquetas. El borracho se cae al sopi y hace estallar su vaso de vidrio. Estela se sobresalta, levanta la vista y se tapa la cara con la mano. Insultando en voz alta, busca una escoba y una pala. El otro borracho ayuda a levantarse a su compañero y se toman el palo del bar juntos, recibiendo un rosario de puteadas por parte de la moza.
La veo agachada levantando los trozos de vidrio, su culo se marca perfectamente haciendo que la pollera negra que lleva puesta se convierta en un obstáculo inaceptable. Empiezo a sentir un leve endurecimiento en los pantalones.
-          ¿Necesitás ayuda?- me le acerco.
-          No, no, gracias. No es nada.- responde bufando.
Me encojo de hombros y encaro al baño con apuro antes de que se me borre la foto mental que acabo de hacer. Adentro, el olor a lavandina me tapa las fosas nasales. Abro la puerta de uno de los cubículos y me siento sobre el inodoro después de bajar la tapa. Me desabrocho los lienzos y ya estoy listo.
 No tardo más de cinco minutos en enchastrar el piso. Después de unos segundos de descanso y control de respiración, me vuelvo a subir los pantalones y camino hacia el lavamanos. Como puedo, me mojo ambas usando las escasas gotas de agua que despide la canilla. < ¿Estos hijos de puta ahorran agua en días así?, ¿En serio? Parecen los boliches de electrónica esos que mostraban en la tele y que clausuraron el otro día. Hay que ser basura.>
Peino mis mechones alargados hacia atrás y me acaricio el mentón cubierto con la primera capa de barba. En el reflejo del espejo manchado veo las ojeras violetas marcadas debajo de mis ojos. Se resaltan perfectas sobre mi piel pálida, que hace unos días se convirtió a un color amarillento.
 Salgo del ñoba y vuelvo a la barra donde Estela está enjuagando mi plato usado.
-          Hasta mañana, Estelita.- la saludo dejando diez mangos de propina sobre la barra.
-          Chau,  suerte.- responde levantando un poco la vista mientras repasa con detergente el plato grasiento.
Salgo a la calle y el golpe de calor me provoca un mareo instantáneo. Camino con lentitud, arrastrando los pies hasta el auto. Me subo, prendo el motor y al toque hago lo mismo con uno de los mejores inventos de la humanidad: el aire acondicionado, el único que me da fuerzas para seguir.
 Sigo por Rivadavia pasando por debajo de la General Paz, bordeando Ciudadela. Nadie respeta los semáforos aunque haya algunos patrulleros de la Bonaerense a modo de “control”. Lo único por lo que los conductores pueden llegar a bajar la velocidad es por los enormes baches del asfalto, que más que baches son cráteres lunares con metros de profundidad.
 Llego a la rotonda con forma de tanga de Ramos Mejía y doblo en Avenida de Mayo. Le doy un par de cuadras más hasta Alsina y giro para estacionar justo enfrente de la remisería. Antes de bajar del auto, veo a Luis y a Carlos charlando en la puerta del local tomándose un café.
-          ¡Eh, Richard!- me saluda Luis alzando su vasito de telgopor.
-          ¿Cómo andan muchachos?- los saludo a distancia. Son buena gente, no corresponde que se produzca contacto entre mis manos y las suyas. Carlos asiente con la cabeza y sonríe devolviéndome el saludo amablemente.
Entro al local sin saludar a Rosa, la vieja chota dueña de esta empresa y cuñada del otro viejo choto de Alberto. Siempre está  fumando un cigarrillo slim mientras atiende el teléfono y anota los pedidos de coches.
 Agarro el libro de fichaje y firmo. Saco la guita de mi bolsillo y hago la división de ganancias dejando un puñado de billetes abollados y maltratados sobre el escritorio de Rosa. La vieja los cuenta lentamente y asiente con la cabeza dándome la señal de que puedo retirarme.
 Salgo del local y vuelvo a saludar a los muchachos, quienes se acaban de terminar sus cafés y se preparan para subir a sus respectivos autos y seguir laburando.
 Gracias a Dios mi turno se acabó, es hora de volver a casa. Ahora mi única preocupación es pensar qué morfar para la cena.





2





 Camino por Avenida de Mayo hasta la rotondita, pasando por la puerta de la panchería “Dallas”. El lugar emana un aroma a salsa criolla recién preparada que me tienta inmediatamente, pero resisto y sigo caminando hasta la esquina combatiéndole a la gula.
 Sigo un par de metros y me acuerdo que en casa no tengo un carajo para cocinar, porque no pasé ni por el chino, así que doy media vuelta y entro al local de comidas rápidas.
 Saludo amablemente al conocido panchero y le pido dos superpanchos con papas pay: uno con salsa criolla y barbacoa y el otro con salsa cuatro quesos y mucha mostaza. Acompaño las salchichas tomando una lata de gaseosa cítrica, mirando el televisorcito colgado sobre el techo. La movilera del Canal Nacional está más fuerte que nunca. Lleva puesto un vestido blanco transparentado que permite apreciar sus  timbres. La cámara hace tomas perfectas y todo el público masculino de la panchería lo disfruta al máximo.
-          Se anuncian lluvias para la noche, lo que puede llegar a complicar el juego entre Vélez y Cerro Porteño. Hasta el momento, las autoridades del club confirman que el partido se jugará a pesar de las precipitaciones.
Miro la hora fijada en el extremo inferior del televisor y me doy cuenta que se está haciendo tarde, así que apuro la masticada llenándome los dedos de salsa y papitas. Termino las salchichas y eructo sin taparme la boca. Saludo al panchero, me limpio las manos contra la barra y salgo del local.
 Llego a la esquina y doblo sobre Rivadavia viendo el cielo y al día caer sin querer llevarse el calor. El viejo linyera que duerme en frente de la rotondita de Avenida de Mayo ya está preparando su choza sobre la vereda de la estación del tren como todas las tardes noches. Últimamente le presto más atención. No sé bien porqué, puede ser el aire que tiene con Alberto lo que me llama. <Lo único es su parecido físico, porque si vamos a hablar de situaciones uno está como quiere y el otro está regalado. Qué país de mierda, tan desigual.>
 Paso por la puerta de “Vicius”, un boliche de strippers para veteranas que pagan una cena show y disfrutan ver muñecos aceitados bailando en zunga. Miro la fila corta que se está formando para el “After Office” del lugar buscando mercadería interesante, pero no hay nada, así que cruzo la Avenida pasando por encima de la vía, adentrándome en las calles de Ramos hasta llegar a Güemes, la cuadra de mi casa.
 La entrada está cubierta con los soretes del perro del hijo de re mil puta viejo asqueroso que tengo de vecino. Siempre hace cagar a propósito a su mascota en la puerta de mi casa. Esquivo un gran pedazo de mierda fresca y pateo la verja para entrar al zaguán. <Alguna maldad te voy a hacer, la concha tuya, viejo puto y cagón. Me tenés podrido. No te conformás con chusmear solamente.>
 El cambio de aire se siente al toque de entrar a mi casa. La baranda que se respira es terriblemente nociva, una mezcla de aromas inaguantables. Un poco de encierro, transpiración rancia, cerveza derramada y comida en mal estado.
 El sillón del living está cubierto de camisas sucias y el piso lleno de calzados con medias adentro hechas un bollo. Dejo de lado la higiene, me saco todo lo que llevo encima y me quedo en bolas. Camino hasta la heladera, abro la puerta y saco dos botellas grandes de birra “Litoral” bien heladas. Abro una de las frías y me bajo la mitad mirando la previa del partido. La cámara enfoca a las tribunas que empiezan a llenarse de a poco. Después hace un plano panorámico sobre el cielo negro que escupe llovizna.
 Pongo la alarma del radio reloj para que suene dentro de una hora y me acuesto a dormir una siesta cortita antes del partido. Apenas cierro los ojos caigo en un sueño horrible y profundo, uno de los mismos de siempre. <Te veo parada en la cocina preparando unos fideos con salsa pomarola casera. Te abrazo desde detrás y te doy un beso en el cuello. Das vuelta la cabeza despacio, sonreís y me decís que en quince comemos.>
 La alarma me levanta de un sobresalto con su pitido constante. Prendo la TV rápido y el equipo ya está saliendo a la cancha. Una lluvia potente cubre el campo de juego y las gotas dificultan el enfoque de las cámaras. Escucho el  agua pegando contra el tinglado del vecino y voy corriendo a cerrar la puerta del patio antes de que se me inunde toda la cocina. Vuelvo rápido al sillón y me seco con una frazada sucia que el perro usaba para dormir. < ¿El mejor amigo del hombre? Gran mentira…>
 El partido se pone bastante pesado. Los paraguayos hacen tiempo buscando conseguir un empate para definir más tranquilos de local en el partido de vuelta. La lluvia se presta para ese tipo de juego y a los jugadores del Fortín de los nota fastidiosos, sobre todo “El Pirata” Vera, que tiene la naranja pegada en la frente y en cualquier momento lo expulsan.
 Termina el primer tiempo cero a cero. Aprovecho los quince de descanso para ir al baño a mojarme un poco la cara y despabilarme.
 Llueve cada vez más fuerte y viendo por la ventana del living que da a la calle veo las luces titilar a punto de apagarse. <Que se corte la luz ahora…lo único que falta.>
 Empieza el segundo tiempo y el partido sigue igual de chivo. El dos de Cerro Porteño quiere rechazar una pelota y se patina con un charco. El “Lince” Flores aprovecha el error y roba  la pelota. Encara con toda su velocidad de petiso ágil hacia el arco rival, donde el arquero paraguayo lo espera agazapado. Prepara el remate de zurda y el número seis lo faulea de atrás haciéndolo rodar sobre el barro. Todo el plantel de Vélez corre hacia la jugada para increpar al seis de Cerro y el árbitro le muestra la tarjeta roja.
 Un tiro libre al borde del área queda habilitado para que el “Lince” ejecute después de recuperarse de la patada. Los jugadores de Cerro se adelantan en la barrera y la jugada se estira cada vez más. No falta nada para que se termine el partido.
 Después de amonestar a un par de jugadores más por empujones y reclamos, el referí da la orden y Flores patea un perfecto tiro al ángulo superior izquierdo del arco. La pelota entra milimétricamente recorriendo toda la red interior.
-          ¡¡¡GOOOOOOOOOOOLLLLL!!!.- grito ahogándome con toda mi fuerza.- ¡¡¡GOOOL LA CONCHA DE TU MADRE, GOOOOOLL!!! -
Me bajo de un sorbo lo que queda de cerveza sin importar que esté caliente. Escucho un chistido de silencio desde afuera de mi casa. <Este viejo puto parece estar sacando más números para la venganza.>
 Tras cinco minutos insufribles, el partido finaliza y el triunfo queda en el Amalfitani.
-          ¡¡¡VAMOS CARAJO!!! - grito de vuelta.
Levanto mi culo del sillón y contengo las ganas de ir a mear. Agarro las dos botellas de cerveza vacías y camino hasta la cocina para tirarlas dentro del tacho rebalsado de envases de todo tipo.
 Desde el patio escucho la voz rasposa del viejo gritando ¡¡¡SILENCIO!!! Abro despacio la puerta para salir sin importar que la lluvia me empape. Me bajo la bragueta y descargo adentro de una de las botellas. Siento el placer de la liberación y el de la maldad que estoy a punto de hacer. Con la botella llena de lluvia dorada, apunto hacia el patio del viejo y la revoleo de su lado. <Los truenos tapan el ruido del estallido, pero dudo que el agua tape el olor a meo. Uno a Uno, viejo trolo.> Entro de vuelta a casa y trabo las puertas. Desde adentro siento los quejidos del vecino y me cago de la risa.
 Agarro la camisa sucia del día, usándola para secarme. Hurgo en el bolsillo delantero y encuentro un cigarrillo maltratado. Fumo y río escuchando las puteadas del vecino irritado.
 El reloj de pared marca la hora de acostarse, así que encaro para el ñoba, me lavo los dientes y hecho otra meada. <Puta madre…no hay pasta de dientes, ni jabón. No hay nada.>
 Vuelvo al living y me acuesto en el sillón, lugar que adopté como definitivo para dormir. <No pienso volver a la cama nunca más. Suficiente tengo con los sueños de siempre, hasta en eso mi cerebro fabricó una rutina. Por eso, antes de tener que soportar despertar con el lado derecho de la cama vacío, prefiero dormir incómodo en esta mierda.>
 Activo la alarma del despertador para caer vencido en el universo de los recuerdos. <La hora de revivir el pasado llegó. Igual, sigue siendo peor el infierno repetitivo que vivo cuando estoy despierto. Aunque si lo pienso bien no sé cuál es más duro. Al menos dormido no sufro el calor, ni el tráfico, ni el reloj corriéndome, ni lo peor de todo, la soledad.>



3


Abro los ojos apenas sale el sol, cuando los pájaros cantan y los rayos se asoman pintando el cielo de naranja. Haberme levantado tan temprano fue producto de una tremenda patada al hígado que me agarró mientras dormía. Siento una puntada aguda sobre el lado derecho del abdomen. Giro aturdido sobre el sillón intentado recuperar la estabilidad, pero me caigo sobre la alfombra cubierta de pelusas de perro. Entre quejidos, me paro como puedo para correr hasta el baño y arrodillarme frente al inodoro. Sostengo firme los bordes fríos del trono y vomito las salchichas mezcladas con las cervezas de anoche. Pedacitos de embutido se me traban en la garganta, provocándome el ahogo. Miro preocupado el color amarillento del fruido, no es normal. Descanso unos minutos en el piso y me paro a hacerme buches en el lavamanos.
 En la cocina preparo un desayuno regenerativo a base de mate cocido y un bol de cereales húmedos por la intemperie, reemplazando el café con medialunas de Nelson y su carrito ambulante.
 Cuando termino, camino hasta el living y me pongo a mirar la calle desde la ventana. El cielo se puso totalmente gris. Parece un domingo deprimente, de esos que sirven de excusa para pasar todo el día en la cama y recuperarse de la resaca <Pero esas épocas quedaron muy atrás. Demasiado atrás.>
 Busco dentro del placard una camisa que no esté tan sucia y con detergente le saco unas manchas de salsa que quedaron desde la semana pasada. Pero por más higienizada que deje la camisa mi limpieza personal arruinaría cualquier vestimenta que me ponga. Busco entre los cajones del placard y encuentro unos jaboncitos de hotel alojamiento. Le arranco el envoltorio con la inscripción “Anubis” y me meto a la ducha. Me baño después de casi dos días y medio de calor intenso y dos mil horas de manejo. Siento como la suciedad se desprende de mi piel y cae por la rejilla de la bañadera, al borde de tapar la cañería. Salgo del agua y noto que tengo otro aroma. Ahora la ropa no está tan limpia como yo pero el promedio es más justo.
 Ficho el reloj de pared del living y apuro la marcha <No puedo llegar tarde, perder un viaje puede implicar no almorzar y no estoy para darme esos lujos.>
 Al salir al zaguán encuentro mi diario destrozado a mordiscos. El viejo asqueroso de al lado decidió comenzar una guerra vecinal <Esto ya es personal. La sección de deportes seguro venía con un informe especial sobre el triunfo del Fortín. Guerra declarada, viejo hijo de un camión abarrotado de putas. Con Vélez NO.>
 El sol insiste en intentar agujerear las nubes pesadas que cubrieron el cielo, pero se le complica bastante. Parece que va a ser otro día gris en el Conurbano.
 Camino por Güemes doblando en Segunda Rivadavia y pasando por la puerta de los boliches y bares que están siendo higienizados por sus empleados. Botellas de vidrio y vasos plásticos de distintos tamaños y formas, acompañados por un cementerio de colillas de cigarrillo, flotan sobre la espuma de jabón que se pierde por las alcantarillas de las veredas <Esa baranda rancia a boliche ¿Hace cuanto no la llevo en la piel? Cuántos recuerdos…épocas doradas. No hubo una disco de la zona que me haya quedado sin visitar.>
 Apenas llego a la remisería, Rosa me pasa una dirección anotada en un papel: “Sarandí y Adolfo Berro, justo en la esquina. 08:30am. Natalia”. Leo la dirección y me fastidio <Tener que ir para el lado de San Justo a esta hora no es joda. Así y todo sigue siendo conveniente viajar a la mañana y no a la noche. La última vez que anduve por ahí de madrugada casi me chorean. En fin, a lidiar con los colectivos y los particulares estacionados en doble fila.>
 Me subo al auto agarrando camino por las calles de adentro y escuchando la Radio AM 706. Noticias del fondo monetario y algunos accidentes en la panamericana suenan de fondo mientras esquivo innumerables baches, haciendo maniobras de TC 2000 pero en las calles de Ramos Mejía.
 Llego al punto asignado y me encuentro con una mujer de unos treinta y pico, de pelo negro ondulado, delgada y de estatura media. Apenas la veo me arrepiento de no haber venido bien pulcro. Está parada sobre una de las cuatro esquinas agarrando con cada una de sus manos a una nena y un nene extremadamente parecidos entre sí. Al verlos bien deduzco que deben tener aproximadamente siete años cada uno. Acerco el vehículo lentamente hasta ellos y bajo la ventanilla del pasajero con el botón eléctrico.
-          ¿Natalia? – pregunto sacando la cabeza por la ventana.
-          Sí, ¿Remís?
-          Exacto, Premium Class.
La mujer asiente con la cabeza y suelta la mano de los niños para poder abrir la puerta. Al ver que se le dificulta, desciendo del coche y le doy una mano. Natalia agradece con cordialidad mientras cargo las mochilas de los pendejines  adentro del baúl y se sube al auto después de que le abra la puerta.
-          ¿Hasta dónde vas entonces?
-          Al colegio San Felipe.
-          Perfecto.
Conduzco por Camino de Cintura por pedido de la pasajera a pesar de que no es la mejor opción de ruta.
-          Parece que mejoró el día, ¿No? Al menos dejó de llover.- pregunta iniciando charla y acomodándole el uniforme de colegio al nene.
Bajo el volumen de la radio, muevo el espejo retrovisor para verla mejor.
-          Parece. Esperemos que se mantenga así, aunque si es para que vuelva el calor prefiero que siga lloviendo.- contesto sonriendo.
-          Sí, es cierto. Estuvo insoportable estos días. Encima con los cortes de luz…imaginate con los chicos.
-          Una pesadilla ¿No?
-          Hoy entran más tarde a la escuela y entonces pudieron dormir mejor, sino los estarías padeciendo igual que yo ayer.
Charlamos durante todo el viaje mientras sus hijos discuten, a modo de juego, sobre dibujitos. La voz de Natalia es suave y sonríe curvando sus ojos cada vez que finaliza una frase. Algo de ella me llama la atención pero no puedo deducir bien qué.
 Desgraciadamente el tráfico no está pesado, ya que estoy disfrutando la conversación y me gustaría extender el viaje un poco más < ¿Hace cuánto no me siento a gusto charlando con un pasajero? ¿Hace cuánto no me dan charla? Aunque la verdad a veces prefiero que vayan callados. Lo que daría a veces por callar al viejo puto de Alberto.>
 Retomo Avenida de Mayo y doblo en Suipacha. Freno en doble fila por el momento y desciendo del auto para ayudarla nuevamente a descargar el equipaje.
-          Muchas gracias. Que tengas un buen día - me dice entregándome los billetes. Busco el vuelto pero me frena con la mano- No, no. Quedate con el cambio.-
Le agradezco educadamente y me subo de vuelta al “Bora” para volver a la remisería. Voy maquinando durante las cuadras que restan pensando en la escena de recién. <Por un momento me sentí como un padre cuando cargaba las mochilas de los nenes. Y cuando vi a Natalia acompañando a sus hijos hasta la puerta del colegio quedé pelotudo. Esta sensación… ¿Qué carajo pasó? El calor, debe ser el calor, no es otra cosa.> Instantáneamente pienso lo diferente que hubiese sido mi vida si hubiera tenido un pibe. Para bien o para mal hubiese cambiado totalmente. <Podría haber sido así tranquilamente … no, no voy a pensar en eso otra vez ahora. Aunque al menos tendría alguien por quién preocuparme si fuese padre, porque ni el perro me quedó, ¡Basta, la puta que te parió! >
 Vuelvo para la calle Alsina y me sube la abstinencia de grasa. Necesito algo de nafta para continuar el largo día que me queda por pelear. Justo me cruzo a Nelson parado sobre la puerta del local vendiendo cafés y medialunas a los demás choferes, pero evito seguir castigándome el hígado por un rato. Prefiero aguantar, gastar un poco más de guita y saborear una bondiolita más tarde.
 Saludo amablemente a distancia a Luis y Carlos que comparten una ronda de café con otros colegas que no banco demasiado, por eso aplico el “Buenos días” general.
 Al entrar a la remisería, freno delante del dispenser de agua y me bajo un par de vasos con velocidad. Rosa me llama de vuelta al escritorio apagando su cigarro en un cenicero de cerámica. Me entrega otro papel otorgándome un viaje nuevo con dirección en Luzuriaga.
  Manejo sin parar durante toda la mañana hasta las altas horas de la tarde. Gracias a mi debilitación estomacal, tengo que recapacitar mi tentación parrillera y me mantengo alejado de los carritos y puestos de comida al paso. Resisto a base de galletitas de agua y un jugo de naranja con pulpa que se fue espesando con cada hora que pasó.
 Termino la jornada, reparto  ganancias en la remisería y me paso por el mercadito a abastecerme de comida y artículos de baño. Desde que estoy solo el mantenimiento se volvió una tarea fantasma. Lleno un canastito con productos de baja calidad que la misma marca del supermercado comercializa y miro las góndolas repletas de fiambres. Vuelvo a tentarme pero resisto. < ¿Por qué no me resistía así antes?, tal vez lo hubieses pensado dos veces.> Pago en la caja lo poco que junté para mis necesidades básicas y la ganancia del día me desaparece de las manos.
 Llego a casa y encuentro en la entrada sobres con cuentas a pagar, algunas en deuda y otras con amenazas de corte de servicio. Los agarro con bronca y los tiro al costado de la chimenea inhabilitada del living. <Si no hiciese este clima asqueroso servirían para avivar un buen fuego, o un asado.>
 Me preparo la cena con un pedazo de carne, papas y un poco de tomate. Escucho las noticias del Canal 4 y me indigno con las propagandas del gobierno. Primero la jefa de seguridad miente diciendo que el índice de inseguridad de la provincia de Buenos Aires bajó. Después el jefe de gabinete lee datos falsos sobre el monto mínimo con lo que se puede mantener una canasta familiar. No se conforma con esa mentira y sigue con otra peor, diciendo que con seis mangos diarios comés todo el día, y que la inflación no creció. El estómago se me retuerce escuchando sus chamuyos y corto la carne con violencia, provocando un sonido chillón cuando el cuchillo fricciona contra la tabla de picar.
 Me saco la camisa para aliviar la calentura y la dejo colgada en una silla del living para que no se impregne de olor a comida. Corto los pedazos de tomate con la misma fuerza, imaginándome las cabezas de los políticos.
 En cuero, ceno mirando una maratón de “Ren y Stimpy” en un canal de cable. Entre risas solitarias, termino mi plato después de un par de capítulos. La modorra me sube rápido y antes de quedarme dormido llevo el plato usado hasta la pileta y lo sumo a la montaña de vajillas sucias. Un rayo de luz tenue que se proyecta desde el foco del patio, pega sobre la superficie grasienta de un plato y veo el reflejo distorsionado de mi cara <Parezco un ciruja, es hora de una afeitada.>
 En el baño me cepillo los dientes y hecho la última meada del día. Antes de acostarme, salgo al patio y acomodo el cable empalmado con el de mi querido vecino. <Para lo único me hacés falta, viejo puto hijo de puta. Lástima que no engancha el Venus, sino sería completo.>
 A la mañana siguiente me despierto todo contracturado por culpa del sillón. Miro la hora y todavía es temprano, así que aprovecho el tiempo para limpiar el desastre de la cocina.
Las gotas de transpiración se me acumulan en la frente mientras friego los platos con una esponja vieja. Acomodo los mechones de pelo hacia atrás aprovechando el detergente y usándolo como gel. <Debería pegarme una ducha pero ¿para qué?, con este calor voy a estar sucio apenas ponga un pié sobre la vereda.>
 Después de un par de cafés y cigarrillos frente a la tele, me pongo la ropa más rescatable que encuentro y salgo a hacerle frente a esta mierda una vez más <De vuelta a la calle, de vuelta a seguir con esta pesadilla diaria. Todos los días lo mismo. El mismo paisaje, los mismos caminos, la misma comida y el calor que no baja nunca.>






4





 Hoy me toca viajar a Capital  y llevar al viejo garca del banco otra vez. Antes de salir de casa prendo la TV  para acompañar el desayuno y el noticiero me da la primera mala del día: una manifestación de sindicatos está congestionando toda la zona cercana a donde voy. Miro asqueado el quilombo que hacen los encapuchados prendiendo fuego cubiertas y me indigno más cuando la notera encuesta a la gente que perdió los bondis por el culpa del corte. <Estos hijos de mil puta lo único que hacen es romperle las pelotas a los que laburamos. Si doscientos tipos como yo se pusiesen de acuerdo y los pasarían a todos por arriba se terminaría la joda ¡Vayan a joder a los que realmente nos afanan, forros!>
 Termino el café embroncado y salgo para la remisería. Apenas hago dos cuadras ya estoy transpirando, así que apuro los cantos para llegar rápido al auto y aprovechar el aire acondicionado. <Si tuviese que trabajar sin estar fresco probablemente ya estaría muerto.>
 Con la perilla puesta en el nivel máximo de frío, arranco para Capital sin más vueltas. Paso por debajo de la autopista y llego a la avenida atestada de coches de distintos tamaños. Me enferma tener que frenar por los bondis, los tachos, las motos o cualquier obstáculo que retrase mi llegada, porque si hay algo que tengo es puntualidad. Lo único que me alegra el retraso es una mina que maneja otro auto pegado a mí. <Las zonas céntricas del Oeste son el infierno hecho tránsito. Cualquier maniobra puede convertirse en una trampa mortal. Acá hay que saber manejarse, tener la posta. Yo puedo ser tu guía turístico, mi amor.>
 Podrido de que la cosa no avance ni un centímetro, aprovecho el giro derecho del semáforo y la banquineo. Me llueven un par de puteadas y bocinazos, pero me chupa todo un huevo, porque gracias a la maniobra llego a horario a lo del viejo buitre.
 Detengo el auto sobre un espacio exclusivo a pocos metros de la puerta del banco. Al toque aparece uno de los guardias y se acerca para relojear quién conduce. Me ve la cara y asiente a modo de aprobación. Lo saludo despegando un poquito la mano del volante, levantándola. Hago sonar mi cuello recapacitando si conviene tener pesadillas o seguir rompiéndome la espalda durmiendo en ese sillón de mierda. <Crack, crack, crack. Me desarmo físicamente o de la cabeza. Elegí.>
 Alberto aparece unos minutos después del numerito de siempre: hacerse notar, estirar su despedida y ordenarle algo a todo lo que se le cruce por delante. Cuando se sube al auto con el gorila se lo nota un poco menos mala onda que lo normal.
-          ¿Qué tal Roberto?- me saluda con una sonrisa.
-          ¿Cómo le va? – respondo con un tembleque de ira que me sube por la columna. Sigue sin decir bien mi nombre.
-          ¿Qué te puedo decir? Mejor imposible.
Encarno las cejas y lo miro por el retrovisor. Pongo primera y empiezo a manejar hacia su oficina privada.
-          ¿A vos como te está yendo?- continúa.
-          Como el orto.- contesto sin vaselina.
El viejo se sorprende por mi sinceridad y aclara su voz carraspeando.
-          ¿Algo que no tenga solución?
Hago un silencio y suspiro. Lo vuelvo a mirar a través del espejo bajando el mentón para generar una mirada más penetrante.
-          Manejando un remís no creo.
Doblo con violencia esquivando un colectivo que descarga pasajeros y Alberto queda pegado a su mono producto de la maniobra brusca. El patovica agacha el mentón y me mira amenazante por encima de sus gafas negras.
-          ¿Y usted que ganó que anda tan contento? - preguntó cambiando el tono de voz y mostrando un falso interés.
Sonríe de nuevo mostrando su comedor recién estrenado <Esa sonrisita me rompe tanto las pelotas…me dan ganas de girar y bajarle todas las teclas con el palo de amasar que escondo debajo del asiento.>
-          Gracias a la nueva ley del gobierno que sacó las retenciones a las petroleras, y a mis tratativas con la empresa líder en combustibles, el banco consiguió acciones a un precio récord. Estas nuevas políticas facilitan mucho las inversiones. Algunas empresas todavía se la juegan por el país. Deberías considerar comprar unos bonos, podría ayudarte mucho.
Sonrío y aprieto el volante con las manos, sintiendo una picazón insoportable en la espalda. Con mi silencio, le doy por ganada la partida de hoy y cierra el culo lo que queda de viaje. Sólo abre la boca para mandarse la pastilla que se clava siempre. No digo una palabra más hasta saludarlo y dejarlo a él y a su mono en la puerta de la oficina.
 En el trayecto de vuelta a la remisería empiezo a fabricar veneno pensando en lo que me dijo. < ¿Jugársela por el país?, nosotros somos los que nos la jugamos, NOSOTROS, los laburantes. Vení a manejar durante doce horas para solamente salvar el día, viejo buitre hijo de mil putas. Vos y todos los empresarios y políticos chorros de mierda. Habría que colgarlos en la Plaza de Mayo y que se los coman las palomas.>
 Calmo la calentura bajando un morcipán en “La parrilla de Beto” de Ciudadela. Terminada la colación, hago innumerables viajes por Lomas del Mirador, Haedo y Castelar para amortizar lo que gasté.
 Llego a casa pasadas las seis y media de la tarde y me tiro a descansar en el sillón. Me duele todo: la espalda, el culo, los brazos y los pies. Pero el dolor más insoportable es la puntada atrás de los ojos que no se me fue desde que escuché al viejo sorete durante el viaje. <No aguanto más ¿Hasta cuándo puedo seguir así? Como solo, duermo solo, me mantengo solo… ¿Me mantengo? Puedo decir que por ahora sí, que simplemente me mantengo vivo y nada más. Tal vez en compañía sería más llevadero, pero no es el caso. ¿Tenías que llevarte a Duke también? ¿Ni el perro podías dejarme?>
 Miro un poco de artes marciales mixtas en el canal de deportes para despejar la mente, pero suena el teléfono interrumpiéndome. Descuelgo el tubo y escucho una voz femenina automática: “Sr. Ricardo Javier Morris, le informamos que su línea será dada de baja por el incumplimiento del abono de cuotas pendientes. Dentro de las próximas cuarentaiocho horas usted podrá…”. Agarro el tubo con violencia y estiro para atrás desenchufándolo de una y arrancando el cableado de la pared. Lo tiro por arriba de mi hombro derecho haciendo chocar el aparato contra una de las paredes del living. Queda partido en mil pedazos justo al lado de los sobres con otras cuotas a pagar. <Cortame la línea si querés, hija de puta. Me chupa un huevo ¿Quién va llamar? La TV es la única acompañante que tengo, por el momento no necesito otro servicio extra.>
Vuelvo a sentarme en el sillón y festejo aplaudiendo cuando veo la llave “Kimura” que le da la victoria por sumisión al luchador estadounidense sobre el brasuca.






5





Llegó el miércoles, el único día en el que siento placer de levantarme a trabajar y la necesidad de arreglar mi apariencia. Los martes a la noche adopté la rutina de ducharme, afeitarme y separar mis mejores camisas, las más nuevas, lavándolas y perfumándolas con abundante colonia de toilette.
 Después del cigarro matutino, una afeitada y un poco de colonia, le pego una ojeada a las noticias en la tele y voy para la remisería a buscar el auto.
A las siete y media de la mañana estoy en lo de Natalia. Acerco el auto hasta la vereda y veo a la melliza llorisqueando. Su madre le tironea despacio del brazo para conseguir que se suba al auto.
-          ¡Dale!, suficiente me hiciste renegar hoy.
La nenita se resiste unos segundos pero se mete al coche después del berrinche. Bajo a la vereda y la ayudo con las mochilas.
-          Hoy tuvimos una mañana…- me comenta.
Sonrío y cierro el baúl asegurándome que las mochilas están bien colocadas. Después le abro la puerta trasera derecha del auto y me subo a manejar.
 Durante el trayecto hablamos de todo un poco, como hacemos cada miércoles. Las conversaciones son repasos mutuos de nuestras semanas. Ella casi siempre habla de sus hijos y de lo cansada que termina al salir de su trabajo de recepcionista en una agencia de viajes. Cuando me toca describir mi semana me siento un pelotudo, no sólo porque mis días son la misma mierda de siempre, sino porque tengo que inventar historias para no quedar como un maniático solitario.  
 Como ya pasaron unas semanas desde que nos conocimos, después de dejar a sus hijos en el colegio, la alcanzo hasta su trabajo sin cobrarle. Ese es el momento donde realmente reafirmo que el miércoles es mi único y mejor día de la semana, distinto a lo que sería el finde para el común de la gente.
 Cuando llevo a Natalia con sus chicos siento que soy parte de la familia por un rato. <No es muy descabellado sentirlo así. Empiezan sus mañanas del miércoles conmigo, y yo con ellos. La cagada es que mi día sigue acompañado por el tráfico de Buenos Aires, la comida al paso y viejos asquerosos que me hablan de sus negocios millonarios.>
 Cada mañana que suben al coche, Martín, su hijo varón, pregunta cuándo va a poder viajar adelante. <Aguantá un par de años más y ya vas a poder, campeón.>, le respondo siempre.  La nena es más callada y normalmente, salvo por el berrinche de hoy, se mantiene concentrada con los jueguitos del celular de Natalia.
 Después del tercer viaje no le acepté más las propinas.  Pasó a ser una cliente VIP, y además, a diferencia de otras minas a las les ficho sus curvas, Natalia me atrae de una manera completamente distinta, tan distinta que me asusta. Su risa, su manera de hablar, su trato, su instinto maternal, todo ese combo forma un conjunto de cualidades que considero incomparables. <Siento que encontré un oasis en el medio de todo este desierto infernal del conurbano.>
 Cuando mis compañeros me ven volver de llevar a Natalia sospechan que ando en algo raro.
-          ¡Qué pinta eh!- me dice Luis palmeándome la espalda.
-          ¿Clientes especiales?- pregunta Carlos sonriendo.
-          Puede ser, puede ser…- contesto contestándoles con empujoncitos amigables.
Carlos y Luis son mis únicos y reales colegas. Los cruzo poco por el cambio de horario, ellos laburan durante los turnos nocturnos, los cuales abandoné después de aquella noche donde la tentación me superó. <En realidad esa fue la gota que rebalsó el vaso porque ya estaba podrido de las malas secuencias que me pasaban laburando de noche, como los afanos, clientes que no querían pagar o viajes a barrios turbios donde tenía que salir a las chapas. Igualmente fue ese polvo el que me terminó de costar más caro de lo que pensé. ¿Lo valió?,  no lo sé. Yo no te dejé cuando pasó lo de la despedida de soltera de tu amiga. Ni tampoco cuando me enteré que te mensajeabas a escondidas con tu ex. Trastabillé una vez nomás, una sola. La reputísima madre que te parió ¿Estas boludeces fueron motivo suficiente para hacer lo que hiciste? Nada podía ser tan grave para que terminés haciendo eso.>
 Me gustaría cruzarme más con Luis y Carlos, por ahí así sí podría aguantar un poco mejor el laburo. Son macanudos, cada uno a su manera, y disfruto mucho su compañía.
 Carlos trabaja horas extra para poder mantener a su viejo, que está internado por diabetes en una de las clínicas más caras de la zona. No le pregunto demasiado sobre el asunto, lo vi llorar en silencio frente al volante un par de veces.
-           La diabetes es una enfermedad de alto poder adquisitivo”, la escuché decir el otro día por la radio a la hija de re mil puta. Al toque tuve que cambiar la frecuencia antes de que me agarre un ataque de caspa, porque si me dejaba llevar por mi verdadero impulso iba manejando hasta la Casa Rosada la prendía  fuego con ella y sus súbditos adentro.- me dijo Carlos con toda la ira del mundo, la única vez que lo vi enojado.
 Luis, en cambio, se mantiene con lo justo, parece no hacerle falta más nada que lo que gana. Por lo que sé siempre fue soltero y la guitita que le queda se la gasta en joda. Cada vez que lo cruzo está impecable. Tiene el pelo entrecano y lo usa peinado para arriba con gel.  Siempre lleva puesta una camisa ajustada que le da un aire algo “patovica” metrosexual, pinta que se refuerza con el arete de la oreja izquierda y una pulsera de plata imitación. <Lo que debe comer este cuando levanta pasajeras en la salida de los boliches…no me quiero ni imaginar.>
 Cualquiera podría pensar que es un fanfa, pero todo lo contrario. Es un tipo re legal y siempre me tira buena data sobre bulines, los cuales solía visitar cuando los fines de mes no estaban tan ajustados.
 Comparando los portes físicos, Carlos es completamente lo opuesto a Luis. Tiene un aspecto un toque turbio y desgarbado, pero en la mirada se le nota que es un chabón de buena leche. Su cuerpo es extremadamente fino y en la cabeza lleva unas entradas bastante grandes que le suman muchos años más de los que en realidad tiene. Se separó de su mujer hace unos años atrás y la tipa se fue a vivir con la hija a Ushuaia. <De ahí vino la idea de mudarnos al sur, ¿Te acordás? pero acá sigo, solo. Creo que la separación lo hizo envejecer tanto… ¿Y si termino así? No, por favor, la puta madre.>
 Cuando parábamos a comer unos choris en la cantina de Camino de Cintura y Matheu durante las épocas que trabajaba de noche, charlábamos de nuestras respectivas vidas. Esos eran los momentos de apoyo psicológico mutuo entre nosotros. Él contándome el problema con su mujer y yo los que empezaba a tener con la mía, porque cuando paso la desgracia no trabajaba más en ese turno. < ¿Desgracia? ¿La desgracia también es inducida? Podrías habérmelo consultado, la decisión tenía que ser entre los dos.>
 Lo considero un buen tipo más allá de su historia, Carlos estuvo seis años preso hace un tiempo. Le redujeron la condena por buen comportamiento y el famoso “dos por uno”. El delito del cual fue partícipe alimentó horas de televisión en su momento. Fue chofer de una banda que asaltaba terminales de colectivos cuando todavía no existía el sistema de pago electrónico. Aunque Carlos era un perejil dentro de la banda porque sólo se dedicaba a manejar, se llevó casi la misma cantidad de tiempo de condena que los cabecillas. Cuando le pregunté por qué lo hizo contó una historia corta justificando todo - La empresa donde laburaba de chofer “quebró”. No conseguía laburo de nada y el título de electromecánico me lo metí en el culo. Mi viejo se empezó a enfermar cada vez más y mi esposa no daba abasto siendo maestra jardinera. Que se yo, no me quedó otra. Era guita rápida y me hacía falta. Era eso o que me coman las ratas.
 Ayuda a su familia mandándole guita todos los meses para que la hija pueda vivir mejor de lo que vivió él. <Pensar que lacras famosas tienen hijos por todos lados y no cumplen con la cuota alimentaria. Este tipo está hasta las pelotas y el mango lo sigue mandando.>
 En el barrio es conocido como “Fercho”, y no por que se llame Fernando, sino por haber sido el chofer en aquellos asaltos. Nadie le hizo la cruz por su pasado y es uno de los empleados más respetados dentro del grupo laboral.
 Luis tiene una historia totalmente diferente. Cayó en este laburo cuando la agencia de autos donde laburaba dejó el país en plena crisis, tomándose el palo sin indemnizar a nadie. La comodidad de vivir cerca y de poder seguir con su vida nocturna no generó dudas para agarrar el remo.
-          ¿Cuándo venís a comerte una bondiola, eh? Hace rato no picamos algo todos juntos- me propone Luis.
-          Es cierto. Tengo que confesar que estuve bastante desaparecido. ¿Les parece el viernes de la semana que viene?, estamos a fin de mes y no me puedo dar el lujo ahora.
-          Perfecto- Luis busca respuesta muta con Carlos quien asiente con la cabeza afirmando.
Saludo a mis colegas y me vuelvo a subir al auto para cumplir con mi labor.
 Manejando por avenida Arieta, después de haber dejado a una pareja de viejas en el shopping de San Justo, bajo la ventana para ver mejor el desfile callejero de culos que se está formando en cada vereda <Esta vez no es el calor, porque mi cuerpo ya subió de temperatura hace rato. Hay para elegir, parece un catálogo. Imposible perderse esto.>
 Después de un par de viajes más, estaciono el auto y me paro a descansar en el cordón de la plaza de Bartolomé Mitre en Ramos. Compro un café en el kiosko de la esquina y me quedo sentado mirando a los nenes usando los juegos de la plaza. Empiezo a pensar en todo lo que pasó automáticamente. <Te entiendo que era un cambio grande en tu vida, y que con todo lo que había pasado se podía complicar más. Pero si hubo culpa con eso fue de de los dos, esto no tenía nada que ver. Podríamos haberlo intentado de vuelta, todos juntos. Vos, Duke, yo y…> Sacudo la cabeza para deshacerme de los recuerdos y me recompongo pensando en Natalia. <Debería jugármela, pero no sé bien cómo. Tengo miedo de estar haciéndome la película, de quedar como un gil, o todavía peor, como un acosador. Puta madre, le perdí la costumbre a esto también.>
 Empiezo a maquinar la historia del padre de los hijos de Natalia, tratando de convencerme de que podría dar un paso más.
-           Se fue de viaje “por negocios” y nunca volvió.-Papá está recorriendo el mundo por trabajo. No va a volver por un tiempo… ¿Qué les podía decir?- me contó en voz baja una mañana mientras los chicos jugaban en el asiento de atrás del remís.
 No sé mucho más sobre esa historia y no me parece ubicado preguntar. Más allá de eso, no puedo creer que alguien deje a semejante mujer sola y con dos nenes <Lo que daría yo por eso…hay que ser infeliz. Tal vez podría…no, esperá un poco, no te apurés, no la cagués de vuelta.>
 La tarde empieza a caer y la escena es la misma: gente ocupando cuadras enteras para tomar el bondi, la calle repleta de colillas y envoltorios de comida, y el viejo ciruja armando su refugio de cartón en la vereda de la estación del Sarmiento. Miro todo sintiendo estoy adentro de un loop y me acuerdo de la película esa donde el chabón vivía en un reality y era el único que no lo sabía.
 Corto mis flasheadas mentales para entrar a la remisería y repartir las ganancias del día. Camino de vuelta a casa tratando de no pensar en que va a ser otra noche igual, llegar a casa, abrir la puerta y que ni siquiera esté el perro. <Me acuerdo cuando Duke se me tiraba encima apenas me veía entrar. Vos te reías siempre de eso y me recibías con la cena lista. Aquellos fueron los momentos dorados, el pico más alto de mi felicidad. Ahora, cuando meto la llave en la cerradura y la giro para abrir la puerta, entro al planeta de la soledad, el desorden y la mugre.>
 Al principio podía percibir el hedor del aislamiento, pero a lo largo de los días adopté una inmunidad absoluta, tanto que mi olfato se acostumbró a mi propia inmundicia.
 Adentro de mi casa, camino para la cocina e improviso una cena con una lata de arvejas, arroz y dientes de ajo. Acompaño todo con un jugo aguado a medio hacer que metí ayer en la heladera. Revuelvo la jarra con la mano y le doy un trago sintiéndo más el gusto al agua de la canilla que al polvito instantáneo.
 Me siento frente al televisor, hago zapping y no encuentro nada. Las maratones de “Ren & Stimpy” fueron reemplazadas por “stand ups” de cómicos latinos que no me causan un carajo de gracia. Sigo cambiando de canal hasta que freno en uno que está pasando persecuciones policiales de la década de los noventa en Estados Unidos.
Levanto el culo del sillón para abrir la heladera y sacar una fría. La destapo y tomo del pico, salpicándome el pecho con su espuma. Miro el reloj colgado arriba del televisor y me indigno. <Podría estar trabajando, ganando más guita para estar un poco menos hasta las bolas ¿Para qué cambié el horario?, de todas formas te fuiste.>
 Terminada la birra y con los efectos subiéndome a la cabeza, me envuelvo en una sábana y me tiro a torrar. Dormir es la única manera de pasar el tiempo sin sufrir tanto, aunque caiga en las mismas putas pesadillas de siempre. <Después de este franco va a ser otro día más de calor, comida chatarra y bocinazos. Es cuestión de aguantar, pelearla. Quisiera cambiar esta rutina insana por tan sólo una semana ¿Es mucho pedir? Poder descansar de verdad, alejado de todo. Y cuando digo todo es todo, desde el remís hasta mi propia cabeza.>


6




  Después del día de descanso llega el jueves. Estando en la remisería  Rosa me llama a su escritorio.
-          Natalia quiere que la pases a buscar hoy a la noche, ¿agarrás el viaje o mando a otro?
-          No, no. Damelo a mí. Es más, si tenés otro viaje de noche pásamelo. Ya estoy de vuelta.- respondo sin dudarlo- ¿A qué hora?
-          A las 22:30 en su casa.
 Confirmo el viaje para volver a manejar de noche después de mucho tiempo.
 Los viajes previos durante la tarde se hacen de goma, la ansiedad me come el bocho. Llegan las seis y voy a mi casa para arreglarme como corresponde. Primero paso por una chocolatería y compro una caja de bombones surtida, la cual rotulo con una tarjeta personalizada. <Es ahora. Ninguna mujer resiste al chocolate. A todo o nada.>
 Llego a casa y meto los chocolates en la heladera antes de que el calor los haga mierda. Entro a la ducha para higienizarme como corresponde. Salgo, elijo la mejor pilcha que encuentro y
espero sentado en el sillón del living hasta las 21:45, repasando y seleccionando las frases que voy a usar para declarármele.
Sigo con lo mismo cuando me subo al auto yendo Rivadavia, atravesando las fachadas de los bares que reciben el público aficionado a las noches de jueves. Meto los bombones dentro de la guantera para entregárselos al momento de darle el vuelto.
 En el auto pongo algo de música para relajarme, sintonizando la “Soul & Blues” FM.  Llego a la puerta de su casa y toco el timbre después de arreglarme el cuello de la camisa innumerables veces. Inhalo y exhalo tratando de liberar un poco la tensión. <Hace rato no me siento tan nervioso. Espero no empezar a transpirar.>
-          ¿Hola?- pregunta Natalia a través del portero eléctrico.
-          Hola, remís. Soy Ricardo.
-          ¡Hola!, ya voy. Esperame un segundito.
Camino la distancia que me separa de la entrada al auto y espero apoyado contra el capot. Tengo ganas de prender un cigarro pero me aguanto la abstinencia para mantener mi aroma perfumado. Pasan cinco minutos y Natalia sale de la puerta de su casa. Me mira sorprendida aprobando mi facha.
-          ¡Hola, qué pinta, eh!
-          Ocasiones especiales.- sonrió acalorado.
Nos saludamos y le abro la puerta. Arranco el motor y empiezo a manejar despacio.
-          ¿Cuál es el destino de esta noche?
-          El “Sushi Clan 88”, tengo una cena.
Recorremos las calles de San Justo y me cuenta todo en menos de dos minutos, en los que siento que se me cae el mundo.
-          ¿Estás bien?- pregunta mirándome raro después de terminar su descargo.
Mis manos quedan sosteniendo el volante y tengo la mirada perdida. Giro un toque la cabeza hacia atrás  y con la vista apunto para abajo contesto como puedo.
-          Sí, disculpá. Hace rato no manejo de noche, perdí la costumbre.
-          Ah… sí, me pareció raro cuando en la remisería pedí por vos y la señora me respondió que iba a averiguar.
Natalia me mira con un gesto de compasión que me hace sentir mucho peor. Le pregunto si necesita que la pase a buscar más tarde y me dice que no hace falta, que se vuelven juntos. Cuando llegamos al restaurant, ella se despide como si nada y se baja del auto.
 Manejo por inercia por Avenida de Mayo para volver a la remisería, agarrar más viajes y ocupar la cabeza con algo. Deteniéndome en cada semáforo en rojo, miro los restaurantes repletos de gente y con mi vista enfocada en las parejas.
 Cuando llego al local, estaciono el auto en la vereda de enfrente. Ficho el viaje de Natalia y salgo a fumar un cigarro para esperar otro llamado. Con la primera pitada siento el pecho contraído de tristeza.
  Rosa me llama al escritorio para asignarme un viaje a Villa Sarmiento, pero cuando ve mi cara me pregunta si prefiero descansar antes del próximo viaje. Por primera vez la veo tener un gesto humano.
Entro al auto, reclino el asiento y me siento a descansar. Quiero dejar de pensar en todo por un rato, pero no puedo. Unos bocinazos desde un auto estacionado al frente paran mi sufrimiento por un momento. Bajo la ventanilla y veo a Luis al volante.
-          ¡Richard querido! ¿Cómo va eso?
Mis ojos se mueven hacia todas las direcciones sin poder apuntar al rostro de Luis, que me mira preocupado.
-          ¿Estás bien, papá?
Estoy a punto de derramar una lágrima y me seco la frente simulando estar limpiándome la transpiración.
-          Necesito fifar, ¿Qué me recomendás?
Luis lanza una carcajada y mete la mano en la guantera. Saca un papelito rosado y me lo entrega.
-          Ya me parecía raro que no me pidás más data como antes. Pensé que te habías cruzado de vereda. Que te diviertas, tigre. Después contame.
Agarro el papel y leo la dirección tratando de ubicar visualmente el lugar. Antes de pasarme por el bulín, manejo hasta un bar de mala muerte cerca de las vías de la estación de Ciudadela.
 Atravieso las calles a oscuridad total, donde sólo se escuchan autos pasar a las chapas y los cortes que tiran las motitos con sus caños de escapes.  Aunque siento algo de paranoia por los ruidos que parecen tiros, estoy mucho mejor que antes. El peligro me genera adrenalina y la tristeza se diluye.
 Bajo las tenues luces de la barra del bar “Lucero” voy por el cuarto “Cuba Libre”. Un grupo de obreros originarios del litoral activó la rocola para que suenen cumbias viejas romanticonas que se mezclan con sus cánticos.
 Jugueteo con los hielos gastados que flotan dentro del vaso de mi trago. Los hago girar con el dedo índice formando círculos hacia un lado y hacia el otro. A pesar del bochinche que forma la mezcla de la música con los gritos y los tacazos del pool, mis oídos se mantienen concentrados en el ruido de los hielitos golpeándose. <Podría evitar estar en este estado melancólico empezando a reírme de mí mismo. ¿Cómo pude llegar a sentir algo así tan rápido? Y lo peor de todo ¿Cómo pude llegar a pensar que ella podía llegar a sentir lo mismo? El amor no es ciego, es retrasado.>
 Antes de encarar para el bulín, voy al baño y descargo dentro de un mingitorio desbordado de meo y sarro. El hedor a lavandina me tapa las fosas nasales, obligándome apurar el trámite.
Abro la puerta para salir del baño y una botella de cerveza explota contra la pared. El escabio que tengo encima me protege del susto y sigo caminando como si nada mientras se cagan a piñas entre todos. Meto una mano en el bolsillo donde llevo la billetera y dejo lo que debo sobre la barra más una propina. Las botellas vuelan por el aire pegando contra las paredes y las mesas, cubriendo el piso de vidrios y alcohol.
 Abandono el bar dejando atrás las puteadas en guaraní, los golpes y los cristales rotos. Camino de vuelta hasta el auto y el calor nocturno se suma a la graduación alcohólica en sangre, envolviéndome en un aura infernal, pero protectora.
 Llego al auto y coloco la llave en el burro después de errarle varias veces a la muesca. Antes de arrancar, sintonizo la radio tratando de encontrar algo para la ocasión <Este es el momento exacto para una balada rockera, cosa que no voy a encontrar en ninguna de estas radios infectadas de cachengue berreta.> Cambio de función el estéreo y hurgo en la guantera. En el fondo encuentro un cable USB doblado y lo uso para empalmar el celular al reproductor musical del auto. “Still loving you” de “Scorpions” empieza a sonar mientras las luces tenues de la calle me iluminan el camino.





7





<Siento sus miradas fichándome desde todos los puntos de vista posibles. Miran el auto como si fueran carroñeros que acaban de encontrar un fiambre recién cazado. Hasta puedo escuchar cómo se relamen. Las calles del Oeste no están hechas para cualquiera. Aunque las conozca desde que nací, esta noche soy más visitante que nunca.
  Sigo dando vueltas sin sentido en un radio de cuatro manzanas, intentando alejarme de los ojos amarillos brillantes que me persiguen. Fábricas abandonadas y viviendas con paredes sin revoque son parte de la escenografía tétrica. Empiezo a tener la necesidad de rajar rápido, la adrenalina ya no es una protección, empezó a desaparecer para convertirse en cagazo.
 Por culpa de mi descuido mental termino en una calle sin salida. Y ahí están las hienas que venían acechándome hace rato.>
-          ¿Qué onda capo? ¿Se te perdió algo?- pregunta la hiena más grande de la jauría.
El resto de los carroñeros carcajea y sus dientes son lo único que se les ilumina en la oscuridad.
Bajo el volumen de la música y no respondo. Me quedo quieto, como una presa que se siente amenazada.
-          Parece que tenemos un turista perdido por el barrio que necesita guías ¿Le mostramos al extranjero por dónde tiene que ir?- propone el capataz de las fieras.
Las hienas se acercan decididamente a mi auto. Antes de que alcancen a abalanzarse sobre mi puerta, pongo reversa y me tomo el palo a las chapas. Corro pisando el acelerador por las calles de Ciudadela mientras suenan los ”Doors” de fondo. <Pipol ar streeeinll, uen iu ar streinlleeer, feisis luk ugli, uen iu ar aloneee.>
Ya no tengo ánimo para ir a un cabarulo, solamente me quedan ganas de volver a casa, abrir una birra y dormirme. Cazo el teléfono y le aviso a Rosa que me vuelvo directamente a mi casa, que mañana recupero las horas. A la vieja no le gusta un carajo pero me da el OK igual.
 Al otro día, después de cruzarme con los muchachos, me sube el ánimo cuando proponen salir a comer los tres juntos después de terminar el turno. Esta noche coinciden nuestros horarios.
 Termino mi jornada maratónica con viajes desde boliches a casas ida y vuelta una y otra vez, agradecido por no tener que vivir ninguna de las secuencias del pasado.
 Paso por casa para arreglarme un toque. Me recorto la barba con una tijera oxidada de cortar papel. También le saco un par de manchas a uno de mis mejores pantalones con un detergente especial potente. <Igual no hace falta tanta elegancia, total sólo vamos a picar algo y compartir unas birras hasta tarde y después “taza taza”.> 
 Me visto con una camisa de color celeste y unos jeans que la innombrable me regaló hace unos años atrás para mi cumple. Me quedan un toque apretados y tengo que hacer malabares para cerrarlos. <Yo no era así. Me acuerdo cuando tenía un físico privilegiado. Hasta me arreglaba y pasaba por la peluquería una vez al mes. Casarse hace estas cosas, y peor si la cosa va mal. Vos misma me lo dijiste, sin pelos en la lengua: “necesitás bajar de peso”, olvidándote que me rompo el culo manejando durante todo el día.>
 Agarro un tubo de desodorante y vacío lo poco que queda sobre mis axilas. Lleno la billetera con guita de diferente valor, abultándola de cambio.
 Al salir a la calle siento una brisa agradable que me hace acordar a los veranos de pendejo. <Recién treintaisiete y ya parezco un viejo choto. Tengo que salir más, tomar aire fresco  nocturno, el que mejor supe respirar en una época.>
 Quedamos en encontrarnos con los muchachos en la puerta de la Parrilla 24 horas de Alsina y Rondeau a las once y media, aunque salí un rato antes porque no podía soportar más el encierro.
 En las avenidas se ven jovencitas juntándose en grupos para entrar a los bares y boliches de la zona. Acomodo un poco mi pelo hacia atrás antes de pasar por delante de los grupetes. Cruzo miradas con algunas, quienes instantáneamente dirigen la vista hacia otro lado. Trago saliva sintiendo el rechazo en la garganta. <En mis épocas de la tercera en Vélez hubiesen hecho fila, estoy seguro.>
 Pasan cinco minutos y los muchachos llegan juntos en el auto de Luis. Estacionan a unos metros del lugar y bocinean un par de veces.
-          ¿Cómo va eso Richard?- saluda Luis después de trabar las puertas de su auto con la alarma automática.
Va vestido como para salir de noche: camisa negra ajustada, jeans achupinados oscuros y unos zapatos de punta. En el pelo lleva banda de fijador y se nota que pasó por la peluquería a retocarse los claritos platinados.
-          Todo en orden, papá.- le respondo con un pequeño abrazo.- ¡Qué pinta, eh! Los dos.
Carlos me saluda en silencio emitiendo una sonrisa y palmeándome la espalda. También está vestido en modo fiesta,  como no lo había visto nunca antes. Lleva una camisa blanca, pantalones de vestir negros, zapatos oscuros y una pulsera de plata que hace juego con un par de anillos repartidos en sus manos.
 Caminamos hasta la Parrilla 24 horas y nos ubicamos en una mesa de afuera porque los tres somos fumadores. Mientras pedimos al mozo una parrillada completa y una botella de vino blanco, me doy cuenta cómo el grupo de pendejas de antes mira a Luis y cuchichea entre ellas. Él sabe perfectamente que lo están fichando, pero se hace el otro. No siento envidia para nada, el amigo tiene con qué y está perfecto.
 Hablamos un poco de fútbol y de autos antes de que llegue la comida. Cuando el mozo trae la parrillada ataco las achuras de una a cara de perro. Cubro toda la superficie del chinchulín con mucho chimichurri y siento el picante dentro de mi boca al primer mordiscón. Exhalo aire y sacudo mi mano derecha.
-          ¿Fuertecito eh? – me descansa Luis riéndose.
Calmo el ardor con un poco de vino y me río en voz alta después de frenar la bocanada infernal. En pocos minutos la comida se termina y los muchachos no dejan de pedir botellas de vino extra. La sangre de Cristo blanca me sube a la cabeza rapidísimo. Los ojos empiezan a  pesarme y estoy hablando más de lo normal.
-          Muchachos, ¿No tienen que entrar al laburo de vuelta más tarde?- pregunto mientras me limpio un chorro de aceite que cae por mi mentón.
Ambos se miran entre sí y sonríen.
-          ¿Por qué lo preguntás?- dice Carlos.
-          Porque con todo el vino que estamos tomando...
-          Estamos libres los dos.- dice Luis.
Me quedo callado por unos segundos y los miro. Sonríen a la vez afirmando con la cabeza.
-          Es así. Hoy es noche de gira.- continúa.
Empiezo a reírme yo también agarrándome la cabeza con las dos manos.
-          Son unos zarpados, los dos. Yo ya no salgo más, amigos. Estoy retirado y lo saben.
-          Lo tomaríamos como un insulto.- agrega Carlos.
Vuelvo a reírme y empino la copa de vino medio llena.
-          Qué más da… ¿Por qué no?-








8





Después de bajarnos una botella más de vino, Carlos pide la cuenta. Cuando abro mi billetera para pagar mi parte se niega a recibir la guita y me dice que solo ponga para la propina del mozo.
-          En el baile invitás un champú.- me propone.
Dejan el auto ahí mismo y vamos caminando hacia Rivadavia. La noche está impecable, con el calor justo, parece un milagro después del infierno imparable de la semana. Empiezo a sentirme joven de nuevo, como si estuviese viviendo los principios del dos mil otra vez.
 Vamos mirando culos, zigzagueando, puteándonos y empujándonos entre nosotros como amigos.
 Llegamos a la puerta de un pub, que más bien es un bolichín con un sector para sentarse. En la fila observo al público veterano que está por ingresar y me avergüenzo un poco al darme cuenta que pertenezco a los “maduros”.
 Luis abona la entrada de los tres y nos entrega los tickets antes de atravesar las cortinas rojas que nos dirigen a la pista. Cuando miro el papelito de las entradas veo que vienen con una botella de champagne para cada una.
 El lugar está bastante lleno y corrieron las mesas para que haya más espacio.
-          Saquemos uno.- dice Luis asomándose hasta la barra y entregando el cupón a una empleada.
Me paro a mirar a la gente y pienso que en realidad no está nada mal. Hay un par de vejestorios dando vueltas por el fondo, pero también se ven muchas treintañeras que están bastante potables.
 Suena música de los ochenta y algún que otro hit noventoso. Intento moverme al compás del ritmo pero perdí todo tipo de coordinación gracias al escabio. Por suerte los muchachos no son de bailar, aunque Luis tire algunos pasos moviendo los hombros y trabando los tríceps.
-          ¡Salud, caballeros!- grita Luis alzando su copa plástica.
-          ¡Salud!- brindo chocando despacito la mía contra la de ellos.
Tomo un trago y me asqueo, no estoy acostumbrado a este tipo de bebida. < ¿Hace cuanto no pruebo las burbujas?, madre mía, mejor ni pensarlo. >
 Los muchachos escabian bastante apurados y trato de seguirles el ritmo como puedo. Luis toma de tragos chiquitos pero rápidos y Carlos se baja medio vaso casi de una.
 Al cabo de media hora estoy bastante en pedo y me río exageradamente de los chistes de Luis, que se burla de unos vejestorios ridículos.
-          ¿De dónde sacaste eso, madre?, ¡Halloween pasó hace rato!- dice en voz alta descansando a una veterana que pasa delante nuestro.
 Me río sin parar y estoy más colorado de lo que estaba a la salida de la parrilla. Carlos también festeja los chistes de Luis pero con su sonrisa típica, gesticulando con la cabeza y escabiando más rápido.
 Esto recién empieza, y ya nos bajamos entre los tres cuatro botellas de champagne. Mis ojos delatan mi estado y mis movimientos más. Luis me mira cagándose de la risa y sacudiendo la cabeza. Lo empujo amistosamente y se él también se tambalea.
-          Vos no te quedás atrás, hijo de puta.- le digo desafiándolo.
 Carlos no deja de ir y venir al baño, su aspecto está muy diferente a cuando apenas entramos. Parece una piedra adherida al piso y sus ojos son dos roscas de pascua. Le intenta sacar charla a toda mujer que pasa por delante suyo, sin importar físico ni edad. Luis hace lo mismo pero con la empleada de la barra, la cual entró en su chamuyo con todo gusto.
 Siento ganas de mear y no puedo seguir aguantándome. Carlos parece haber pescado una rubia de unos cuarenta y pico que no está nada mal. Aprovecho la situación para dejarlo a solas e ir a desechar.
-          Voy a mear muchachos.- digo en voz alta sin importar la presencia de las damas.
Ambos me hacen un gesto de aprobación con la cabeza y encaro al ñoba que está al fondo de un pasillo oscuro. Antes de llegar siento que me tocan el hombro, pero sigo caminando y entro a mear. Me paro enfrente de un mingitorio, desabrocho el cinturón y vibro de placer al descargar.
 Cuando termino me paro frente al espejo para mojarme la cara y rescatarme un poco, estoy muy en pedo.  Camino de vuelta hacia la barra pasando por el pasillo, y lo que antes fue una simple tocadita de hombro ahora es en una agarrada insistente. Me paro en seco y siento que una mano de notable tamaño me agarra el bulto desde la oscuridad.
-          Rompe paga.- digo jodiendo, pero la risa se me borra al toque cuando veo que es la mano de un travesaño. – ¡La re putísima madre que te parió!- grito apartándosela de un cachetazo.
Salgo al pique escapándome del acoso y vuelvo indignado hacia donde están Carlos y Luis. Se separaron un ratito de las minas y se están bajando otra botella de espumante.
-          Vamos a la mesa de allá el fondo que acabo de sacar otro champagne.- dice Luis con la caripela bastante colorada.- Las chicas vuelven después.- añade guiñando un ojo.
Nos dirigimos hacia una mesa que está sobre unos escalones en elevación dentro de lo que parece ser un sector VIP. Apenas encuentro una silla me siento, estoy súper mareado y con hipo. Luis me lo cura haciéndome una pregunta.
-          ¿Y qué onda con la mina esa que llevás los miércoles?
 Tardo unos segundos en responder intentando disimular el mal trago.
-          Olvidate, está fuera de alcance. Lote ocupado.- respondo seco.
Vuelve a abrir la boca para acotar algo pero enseguida la cierra. Carlos le hace un gesto con la cabeza y se genera un silencio incómodo entre nosotros, lo único que se escucha es el cachengue de fondo. Luis agarra los vasos de los tres y los llena de champagne. Estoy por decir que no puedo tomar una gota más pero la melancolía me lo exige.
 Sentado, miro hacia la pista y siento que estoy dentro de una jaula de monos en época de apareamiento. Cada simio tiene su banana en la mano y algunos se acicalan entre ellos. Después del flash de los monos, entro en un vacío mental del cual no recuerdo prácticamente nada. Despierto al mediodía siguiente. Lo único que me suena en la cabeza es la vos de Luis diciéndome Bienvenido a la noche otra vez, Richard.>





9





La deshidratación me despierta haciéndome mover sobre lo que parece ser un colchón de cuerina negra. Tengo la boca más seca que la billetera y la cabeza hecha un samba.
 Abro los ojos parpadeando una y otra vez de manera consecutiva, sobresaltándome cuando me doy cuenta que no estoy en mi casa. Trato de activar la memoria para descifrar lo que pasó anoche pero el cráneo se me despedaza como una sandía a martillazos, estoy sufriendo una de las peores resacas de mi vida.
 Hago un panorama visual a mí alrededor y reconozco la habitación de un hotel alojamiento berreta. En el aire flota una baranda rancia y me duelen las bolas. < ¿Dónde mierda estoy?, me duele todo. Cicatrices no tengo y mi culo está intacto, eso es un buena señal. Necesito urgente alguna pastilla para calmar este dolor de cabeza. Me hace más falta un analgésico que saber qué carajo pasó.>
 Camino tambaleando hasta la puerta de la habitación y corro la ventanita incrustada. Unas medialunas de manteca y un café con leche servido dentro de una tasa plástica aparecen atrás. Desayuno mirando un ratito los canales para adultos, pero cambio cuando las imágenes empiezan a hacer efecto y evito el dolor.
Después de morfar levanto mi ropa desparramada por toda la habitación. Encuentro mi celular y quiero ver la hora, pero no tiene batería. Cambio de canal hasta alcanzar el noticiero del mediodía del Canal 4 para ver la hora y relojeo la temperatura sin querer. Entro en pánico: 39º de sensación térmica. Abro las cortinas de la ventana con violencia y miro la ruta, el asfalto parece estar entrando en estado de descomposición.
 Salgo del cuarto y camino al estacionamiento del hotel atravesando los rayos asesinos del sol. Corro hasta llegar debajo de un toldo que hace de garita para el empleado que cuida los autos. El calor derrite el aire y todo se ve deforme, como en las películas.
 Encuentro el auto de Luis estacionado en la tercera fila del parking. Voy corriendo desesperado rogando porque esté ahí, pero no hay nadie. Miro a través de la ventanilla y veo que están las llaves puestas. Abro la puerta, me siento, en el volante y encuentro un papelito pegado.
-          Espero que hayas podido descansar, tigre. Te llamé pero parece que tenías el teléfono apagado. Llamame cuando puedas y arreglamos para que pase a buscar el auto. Abrazo.
 Acomodo el culo en el asiento y le doy arranque al motor, después prendo el estéreo. Manejo escuchando un compilado de “Kiss” que Luis parece haber dejado pausado. Para no forzar el motor con el aire acondicionado, bajo la ventanilla hasta el tope. La brisa caliente del me calcina por kilómetro.
 Llego a casa y lo primero que hago después de enchufar el celular, es llenar una botella con agua y bajármela. El líquido me lubrica la garganta maltratada por el cigarro, el alcohol y otros fluidos desconocidos. Cuando el celular tiene un mínimo de carga como para mandar un mensaje, cargo el saldo S.O.S y le aviso a Luis que ya estoy en mi casa para que pase a buscar el auto cuando quiera. Me responde que se lo lleve directamente a la remisería al otro día y que descanse.

 Me voy a dormir tratando de hacer memoria sobre lo que pasó anoche, cayendo en un océano de confusiones, flashes y escenas borrosas, para después terminar las mismas pesadillas de siempre.



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